El comienzo de un nuevo ciclo escolar siempre trae consigo una mezcla de emociones: ilusión, nerviosismo, esperanza. Para nuestra familia, el regreso a clases también es una oportunidad para seguir soñando con un futuro donde Dante sea plenamente valorado por quien es.
Este año, Dante comenzó tercer grado. Y aunque ya hemos vivido regresos anteriores, cada uno es único. Porque él cambia, crece, se transforma, y nosotros también lo hacemos junto a él. Cuando imaginamos el aula ideal para Dante, no la pensamos con etiquetas ni límites. La vemos como un espacio donde pueda aprender junto a sus compañeros, con los apoyos necesarios, pero sin que estos lo aíslen ni lo hagan sentir distinto. Queremos una escuela que lo mire con posibilidades, no con prejuicios.
Como muchas familias, comenzamos con la clásica preparación: ropa nueva, revisar si le quedan los zapatos, etiquetar útiles escolares y, claro, la ya conocida lucha por encontrar todo lo que pide la lista sin vaciar por completo la cartera. Entre ofertas, recorridos de pasillo en pasillo y ajustes de último minuto, logramos tener todo listo justo a tiempo.
Tuvimos la oportunidad de conocer a su nueva maestra de tercer grado durante el tradicional Meet the Teacher y, como cada año, dejamos los artículos escolares en el aula. Pero esta vez también tuvimos otra cita especial: conocer a su maestra de educación especializada, quien también será la coordinadora de su plan educativo individualizado. Una figura clave que no solo lo apoyará académicamente, sino también en lo socioemocional y en su bienestar general.
Después de semanas de vacaciones, Dante recorría los pasillos, subía y bajaba las escaleras con una energía contagiosa. Casi como si la escuela fuera un segundo hogar. Recibió abrazos de amigos de años anteriores, y me llenó de emoción ver que no solo le encanta aprender, sino también estar rodeado de personas que lo conocen y lo quieren.
Un aula donde se pertenece
Dante ha aprendido mucho de sus compañeros, tanto como de cualquier intervención individualizada. Algo que he descubierto es que aprende mejor cuando observa, imita, escucha y socializa. Tal vez esta sea una de las características comunes en personas con síndrome de Down: la facilidad para conectar con los demás y de socializar. Dante aprende cuando alguien le explica con paciencia, cuando lo invitan a jugar, cuando se siente parte de un grupo.
Separar a niños como él durante largos períodos del día no solo interrumpe su proceso de aprendizaje, también envía un mensaje silencioso pero poderoso: “Aquí no perteneces”. Ese mensaje, con el tiempo, deja huella. Puede afectar profundamente la autoestima de niños como Dante. Tal vez no comprenda todos los matices de lo que sucede a su alrededor, pero el rechazo es algo que reconoce con una intuición innata.
Dante recibe varios servicios especializados dentro de su jornada escolar: terapia de lenguaje/habla, educación física adaptada y el acompañamiento de una asistente educativa, especialmente en momentos de transición o cuando el ambiente se vuelve sensorialmente abrumador.
La mayor parte de su día la pasa en un salón inclusivo, donde aprende junto a sus compañeros. Allí construye amistades, observa a otros, aprende rutinas sociales y se forma como un niño más dentro de su comunidad. Eso es algo que, como familia, valoramos profundamente.
Una educación inclusiva no significa simplemente colocar a estudiantes con apoyos diferenciados en aulas regulares y esperar que “se adapten”. Significa transformar el entorno para que todos puedan participar y progresar juntos.
Durante aproximadamente una hora diaria, Dante trabaja en el aula de educación especializada. Allí recibe atención más individualizada, enfocada en las metas específicas de su Plan de Educación Individualizado (IEP, por sus siglas en inglés). Trabaja en lectura, escritura y matemáticas, entre otras habilidades.
Últimamente ha desarrollado un cariño especial por las matemáticas. Aunque se le dificultan, disfruta los números y usar materiales visuales y táctiles para entender conceptos. Su esfuerzo constante y su curiosidad por aprender nos llenan de orgullo. No importa el ritmo; lo importante es que sigue adelante, con motivación y con ganas de intentarlo una y otra vez.
Preparar más que una mochila
La noche anterior al primer día de clases no es cualquier noche. Hay rituales importantes: repasar la mochila, preparar sus meriendas, guardar sus juguetes sensoriales y colocar su tarjeta de refuerzo visual: “I’m working for…” (“Estoy trabajando para…”), que le ayuda a mantenerse motivado y enfocado. También preparamos sus audífonos con cancelación de ruido. La escuela puede ser ruidosa y caótica para él, y estos audífonos lo ayudan a autorregularse y sentirse seguro.
Volvimos también a la rutina de su medicación para el TDAH, un tema del que hablaré con más detalle en otro momento. Pero sí puedo decir que este apoyo médico ha marcado una gran diferencia: le ayuda a concentrarse, mantenerse tranquilo y participar activamente.
Y como todo buen primer día, no podía faltar un desayuno especial. Le preparamos huevitos revueltos y yogur con probióticos. Cada pequeño detalle cuenta: queríamos que comenzara su día con energía, con amor y con todo lo que necesita para sentirse fuerte y feliz.
La inclusión no es un favor, es un derecho
Durante este proceso, me tomé un momento para reflexionar sobre la educación que queremos para Dante y para todos los niños. Leí una frase que me tocó profundamente:
“En una escuela inclusiva solo hay alumnos, a secas, sin adjetivos; no hay alumnos corrientes y alumnos especiales, simplemente alumnos, cada uno con sus propias características y necesidades. La diversidad es un hecho natural, es la normalidad: lo más normal es que seamos diferentes.”
Dante no es un “niño especial” en el sentido que lo aísla. Es un niño con una manera distinta de aprender y comunicarse, con una risa que ilumina cualquier espacio, amor por aprender, y un corazón enorme. Lo definen sus intereses, su esfuerzo, su sensibilidad.
Y eso basta.
Una escuela verdaderamente inclusiva no solo lo deja estar: lo invita a participar activamente, a crecer con los demás. Porque la inclusión no es una concesión. Es una forma de justicia. Y todos ganamos cuando aprendemos a convivir con la diferencia.
Un nuevo ciclo, una nueva oportunidad
Con su mochila al hombro y su lonchera en mano, Dante salió rumbo a su primer día de clases.
No es un niño más. Es Dante. Y este nuevo año representa mucho más que avanzar un grado: es una nueva oportunidad de construir relaciones, de seguir aprendiendo, de demostrar que sí es posible una educación donde quepamos todos.
Nosotros, como familia, seguiremos aquí: acompañando, aprendiendo, defendiendo.
Porque cuando un salón de clases se transforma para incluir, no solo gana Dante. Ganan sus compañeros, sus maestros, su comunidad.
Ganamos todos.


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